sábado, 29 de abril de 2017

Tres meses de Donald Trump: más de lo mismo.... pero con menos vergüenza

Tres meses de Donald Trump: más de lo mismo


Ya pasaron más de tres meses de la asunción de Donald Trump como presidente de la primera potencia capitalista del mundo: Estados Unidos de América.
Nada ha cambiado. Si alguien había pensado que algo podía cambiar con su llegada a la Casa Blanca, se equivocaba de cabo a rabo. ¿Por qué habría de cambiar?
En todo caso, el discurso que levantó el magnate durante su campaña presidencial pudo hacer pensar –equivocadamente, por supuesto– en algún cambio coyuntural. 
Ante la actual crisis que vive la economía estadounidense, su propuesta apuntaba, al menos en la declamación, a un intento de renacimiento de la alicaída industria nacional.
Pero ahí viene el espejismo. 
Lo que está alicaído es el poder adquisitivo de la clase trabajadora estadounidense: 
sus empresas siguen prósperas, muy saludables, manejando el panorama con perspectivas de futuro. 
Si bien es cierto que, en términos técnico-contables, la producción bruta de China ha superado a la de Estados Unidos, el país americano sigue siendo aún el líder mundial, económica, política, tecnológica y militarmente.
De las más corpulentas empresas a nivel global, las once más grandes tienen su casa matriz en territorio estadounidense, siendo 54 de ese origen las más capitalizadas entre las primeras 100 de todo el planeta. 
Siguen manejando todos los dominios: 
petróleo (Exxon-Mobil, Chevron-Texaco), 
tecnologías de la comunicación (Apple, Microsoft, Google, Facebook, Hollywood), 
banca (Wells Fargo & Co, JMorgan Chase, Berkshire Hath-A), 
química (Johnson & Johnson, Procter & Gamble, Pfizer Inc.) 
y, por supuesto, industria militar (Lockheed Martin, Boeing, BAE Systems, Northrop Grumman, Raytheon, General Dynamics, Honeywell, Halliburton, General Motors, IBM. 
Todos estos capitales del complejo militar-industrial registraron ventas en 2016 por casi un billón de dólares, teniendo además incrementos desde 2010 de un 60%, por lo que para ellos, claramente, no cuenta la crisis económica).
Hay decadencia, y como ha sucedido con todo imperio en la historia, parece haber llegado ya al pico máximo de su expansión, habiendo comenzado su lento declive. 
Pero lejos está de ser un imperio derrotado: sigue marcando el ritmo en infinidad de aspectos. 
Inmediatamente después de terminada la Segunda Guerra Mundial, el país americano era la gran potencia capitalista dominadora de la escena
Única nación con poder nuclear en ese entonces, aportaba el 52% de todo el producto bruto mundial. 
En este momento ya no detenta el monopolio de la bomba atómica (al menos Rusia y China son sus rivales en paridad), y su aporte a la producción global ha descendido al 18%. 
Sin dudas, no sigue en expansión, tal como sucedió desde mediados del siglo XIX y durante todo el XX. 
De todos modos, aunque ya comienza a ser puesto en entredicho, su moneda: el dólar, sigue siendo en buena medida la divisa universal. 
Y el inglés, aún hoy, la lingua franca obligada. 
Hollywood, mal que nos pese, es el referente cultural del planeta, tanto como la Coca-Cola o el Mc Donald’s.
El proceso de globalización neoliberal, comenzado hacia la década de los 70 del pasado siglo, reconfiguró el mundo, y obviamente, también al sistema capitalista. 
La producción y la comercialización se hicieron absolutamente planetarias: 
una misma mercancía puede ser elaborada en cualquier parte del mundo con la misma tecnología y distribuida por todo un expandido mercado mundial. 
Los capitales privados aprovechan así las ventajas que le ofrecen los países más pobres, donde los salarios son más bajos y donde gozan de ciertos privilegios, como la exención impositiva, la debilidad o falta de regulaciones medioambientales y la escasa o nula organización sindical de los trabajadores. 
De esa forma, una empresa oriunda de un país rico y desarrollado abandona sus instalaciones allí para establecerse en alguna llamada “zona franca” del Tercer Mundo; así, abarata los costos de producción, pero no abarata el precio final del producto terminado. 
Y dicho producto ya no se comercializa solo de fronteras adentro en el país productor, sino en un mercado mundial. 
A partir de ese esquema, quien pierde es la clase trabajadora del país originario de los capitales. Los capitales no pierden sino que, por el contrario, ganan más aún.
Así considerado el mecanismo en juego, Estados Unidos se empezó a empobrecer relativamente: 
sus trabajadores se empobrecieron, porque en muchos casos se quedaron sin empleo. 
Las empresas siguen ganando monumentalmente. 
Ya vimos los datos de la industria militar: cada vez hay más guerras, por tanto, más armas. 
Y Estados Unidos provee la mitad global de esos equipos. Por tanto, no hay crisis para esas megaempresas.
Digámoslo con un ejemplo: lo que fuera la meca del automóvil, la ciudad de Detroit, en el estado de Michigan, para 1960 llegó a tener tres millones de habitantes, la mayoría ocupada en la producción automotriz. 
Con el proceso de reubicación, esas grandes empresas estadounidenses se trasladaron a innumerables puntos del globo en los cinco continentes. 
La clase obrera industrial de Detroit quedó en la ruina (esa es una ciudad casi fantasma al día de hoy, con apenas 300.000 habitantes), pero las megaempresas automovilísticas del país: General Motors, Ford, Chrysler, siguieron sus negocios. ¿Quién se empobreció? La clase trabajadora.
A partir de esa situación de empobrecimiento de la masa trabajadora (los votantes), el discurso efectista de Donald Trump durante su campaña levantó expectativas. 
Habló –como todo candidato en campaña que vende fantasías, pirotecnia verbal– de cambiar esa situación, haciendo que la industria retirada de suelo estadounidense volviera a territorio patrio. 
Sin dudas, esas encendidas promesas lograron su cometido: contrario a todos los pronósticos, Trump ganó las elecciones. Pero las empresas no volvieron… ¡ni van a volver!
En muy buena medida, su “caballo de batalla” para la campaña fue una encendida xenofobia, con promesas de expulsión de tantos hispanos que vienen a robar puestos de trabajo”. 
La construcción del muro (de la cuarta parte que falta, porque, de hecho, esa valla ya está construida en la frontera con México) y la deportación de miles de indocumentados latinoamericanos tiene, básicamente, un efecto propagandístico. 
La economía estadounidense sigue muy próspera para los capitales, pero para sus trabajadores difícilmente mejore. 
En realidad: no puede mejorar, porque el ciclo de crecimiento capitalista de Estados Unidos ya pasó
Ahora su consumo supera con creces a su producción, por lo que el país en su conjunto (población y Estado) viven del crédito. 
Son las divisas chinas y japonesas las que mantienen a flote el presupuesto federal de Washington; y son las tarjetas de crédito (con una deuda promedio de 5.000 dólares por ciudadano) las que mantienen las economías domésticas. 
¿Quién se beneficia de eso? Obviamente no los tarjeta-habientes, los trabajadores, sino la banca.
Como todo discurso efectista de un candidato presidencial en campaña que vende “espejitos de colores”, también Donald Trump dijo que no se involucraría en la guerra con Siria, y que enfriaría el siempre candente conflicto con Rusia, supuesto preámbulo de una nueva guerra mundial (para el caso: nuclear, por lo tanto, posiblemente la última).
Pero a poco tiempo de su asunción, vemos cómo el complejo militar-industrial sigue decidiendo las cosas. 
Los 59 misiles crucero disparados sobre una base militar en Siria o la “madre de todas las bombas” arrojadas recientemente en Afganistán, lo evidencian.
Ningún presidente de Estados Unidos –como ningún presidente en ningún país capitalista en ninguna parte del planeta– es el que decide finalmente las cosas. 
Grandes poderes le susurran al oído (o le gritan) lo que debe hacer. Esos poderes tienen nombre y apellido concreto: son esos megacapitales que se mencionaban más arriba. 
Y más aún: en la gran potencia americana, desde mediados del pasado siglo esos megacapitales están constituidos por lo que se llamó el complejo industrial-militar, la principal actividad económica actual de Estados Unidos (25% de su producto bruto). 
George Kennan, politólogo clave de Washington durante la Guerra Fría, dijo en 1997: 
Si la Unión Soviética se hundiera mañana bajo las aguas del océano, el complejo industrial-militar estadounidense tendría que seguir existiendo, sin cambios sustanciales, hasta que inventáramos algún otro adversario. Cualquier otra cosa sería un choque inaceptable para la economía estadounidense”. 
El día que un presidente osó querer detener la guerra de Vietnam, John Kennedy, como toda respuesta de esos “mandamases” recibió un certero balazo en la cabeza. Y la guerra de Vietnam, por supuesto, siguió adelante. 
Los 60.000 soldados estadounidenses caídos no se comparan con las ganancias obtenidas por ese complejo militar-industrial.
Ese adversario que debe ser inventado, por cierto, no deja de aparecer de continuo: el “terrorismo”, el “narcotráfico, o cualquier nuevo demonio que pueda darse en el futuro (los Estados canallas, las maras, los mosquitos transmisores del dengue, como en el Acuífero Guaraní en la triple frontera argentino-paraguaya-brasileña, la “dictadura castro-comunista de Venezuela”, etc., etc.). 
La industria militar, que ocupa directa o indirectamente a uno de cada cuatro trabajadores estadounidenses, no se detiene.
Las fantasiosas declaraciones de Trump previo a sentarse en la Casa Blanca hablaban de una “tranquilización” en la actual no declarada –pero real y efectiva– nueva Guerra Fría (35.000 dólares por segundo gastados en armamento a nivel mundial). 
Las recientes operaciones militares en Siria y Afganistán muestran la realidad.
Es de esperarse que no lleguemos nunca a una nueva guerra mundial con armamento nuclear. 
En tal caso, solo las cucarachas podrían contar qué sigue (si es que sobrevive alguna). Los capitales que dirigen el mundo son voraces, pero no locos. 
Seguramente se seguirá manipulando a la opinión pública, aterrorizando a las poblaciones y mostrando imágenes apocalípticas de un probable enfrentamiento atómico, aunque nunca se lleguen a oprimir los fatídicos botones del pandemonio. 
Pero la necesidad de “estar preparados para la hecatombe”, según la bien aceitada industria comunicacional capitalista, hace que la máxima romana siga vigente: si quieres la paz, prepárate para la guerra”. 
Y el complejo militar-industrial ganando millonadas.
¿Por qué Donald Trump iba a ser distinto? 
Quizá tiene un estilo distinto, diferente a la corrección política de sus antecesores; pero con tres meses ya quedó por demás de claro cómo son las cosas: ¡más de lo mismo! 
Así de simple. O de patético…
Nacido en Argentina. Estudió piscología y filosofía. Vivió en varios países latinoamericanos. También es investigador social y escritor. Desde hace varios años radica en Guatemala.
Visto en : Hispan Tv

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Si nos han de robar, 
que sean otros y no los mismos de siempre

Si como votantes, no nos escuchan
como consumidores, lo harán
boicoetemos sus empresas.
Llevamos las de ganar. 

Como acabar con la ESTAFA de las ELÉCTRICAS... de una puta vez pasando de los Vendepatrias del Bipartidismo

Ante el robo continuo y escandaloso por parte de las eléctricas y sus abusos en el recibo de la luz
propongo... 
actuar todos unidos como consumidores
contratando TODOS 
o en su defecto una gran mayoría,
  otra compañia eléctrica que no sea ninguna de estas dos (ENDESA - IBERDROLA) y cambiarnos a otra cualquiera de las muchas ofertas que existen hoy en día.

De tal forma que no les quede otra a las grandes que plegarse a nuestras demandas de una tarifa más justa y mucho más barata
o atenerse a las consecuencias 
de seguir con su estafa.

En nuestra mano está que siga este robo o cortar por lo sano para que no nos sigan mangoneando

ARMAK de ODELOT

Canción del Indignado Global

(solo pá Mentes preclaras 

libres de Polvo y Cargas)

Si me han de matar que sea,
 un Trump que de frente va

  no un Obama traicionero, 

que me venga por detrás.


Éstos del bipartidismo, 

a nadie ya se la dan

Tanto monta, monta tanto,

ser sociata o liberal.


Que harto me tienen sus cuentos, 

de crisis y guerras sin más

Cuando no hay bandera que tape, 

la ansia de un criminal.


Daños colaterales son, 

inocentes masacrar

si lo hiciéramos con ellos, 

no habría ni una guerra más.


Por eso pasa que pasa, 

que nadie se alista ya

a no ser que la CIA pague,
 
como al ISIS del MOSAD


A mí, que nunca me busquen, 

ni me llamen pá luchar.

Que yo no mato por nadie. 

Yo mato por no matar.


La paz de los cementerios 

es la paz del capital

Si soy rojo es porque quiero, 

en vida, vivir en paz.


Hoy tan solo mata el hambre, 

del rico por tener más 

Con el cómplice silencio, 

de toítos los demás.


Que preferimos taparnos, 

los ojos pá no pensar

O mirar pá otro lado, 

pensando que el mal se irá.


Creer que lo que a otro pasa, 

no nos tiene que importar.

Cá palo aguante su vela, 

repetimos sin cesar.


Éste es el mantra egoísta 

que rula por la sociedad

como si lo que le pase a otro, 

no te pueda a tí pasar


Más todo, cuán boomerang vuelve, 

al sitio de donde partió

y tal vez ocupes mañana, 

el sitio que otro dejó.


Mil pobres ceban a un rico, 

otros mil le dan jornal,

y otros cuantos dan su vida 

porque todo siga igual. 


Que no me coman la oreja, 

que no me creo ya ná

de sus guerras, sus estafas, 

ni su calentamiento global


Tan solo vuestras mentiras, 

esconden una verdad

que unos pocos están arriba 

y abajo tós los demás.


Da igual que seas ateo, 

cristiano o musulmán.

Solo los elegidos, 

el paraíso verán.


Hay medios alternativos, 

amarillos muchos más.

Unos más rojos que otros. 

Los menos, de radikal.


Más todos tienen su cosa, 

y a todos hay que hojear

Que comparando se tiene 

opinión más general.


Qué de tó aprende uno. 

Nadie tiene la verdad.

Ser más papista que el Papa, 

no es garantía de ná.


Solo creo en lo que veo, 

díjome santo Tomás, 

que el que a ciegas se conduce, 

no para de tropezar.


Y al enemigo, ni agua, 

ni nunca contemporizar

No dudes, tarde o temprano, 

siempre te la jugará.


No hay que seguir a nadie 

y a todos hay que escuchar.

Si tu conciencia te guía, 

de nada te arrepentirás.


Dá gusto ver a los ricos, 

pegarse por serlo más

mientras en eso se hallen, 

quizás nos dejen en paz.


Si te crees o no sus mentiras, 

a ellos les dá igual.

Con tomarlas por veraces, 

les basta para actuar. 


Que no me cuenten más cuentos, 

que tós me los sé yo ya.

Se demoniza a cualquiera

que no se deje robar.



No basta con ser un santo, 

sino ser de"su santoral"

Como la cojan contigo, 

no te valdrá ni el rezar.


Pensamiento único llaman. 

Anteojeras pá no pensar

más que en la zanahoria. 

El palo irá por detrás.


Si no crees en lo dictado, 

anti-sistema serás

Y por mucho bien que hagas, 

te van a demonizar.


Que no me coman la oreja, 

que a mí, no me la dan.

Que me sé todos sus cuentos 

y también, cada final.


Si de cañon, quieren carne, 

pál matadero llevar

que busquen a otro tonto, 

que este tonto no va más



No se ha visto en tóa la historia, 

otra estafa sin igual.

Que la madre tóas las crisis, 

que creó el capital


Y cuando tan ricamente, 

uno estaba en su sofá

Relajado y a cubierto, 

de inclemencias y demás,


te cortan sin previo aviso

el grifo de tu maná. 


Y te dejan sin tus sueños,
 
sin trabajo y sin hogar


y pá colmo y regodeo 

de propios y extraños, van

y te dicen como aviso

que al rojo no hay que escuchar


que son peores que el lobo,

del cuento y mucho más

y que si vas y los votas

toíto te lo robarán.



Si como votantes, no nos escuchan

como consumidores lo harán.

Boicoetemos sus empresas

Llevamos las de ganar. 


Si no queda más remedio

que dejarnos de robar

que sea otro y no el de siempre

tal vez así, aprenderá


No hay pan pá tanto chorizo,

dicen, cuando lo que sobra es pan.

Lo que no hay es un par de huevos
 
pá que no nos choriceen más.


Resultado de imagen de eladio fernandez refugiados suecia

Ellos tienen de tó

los demás, cuasi-de-ná

mas ellos son cuatro mierdas

y nosotros sémos más.


La próxima revolución 

contra las corporaciones será

y si ésta no se gana 

no habrá ninguna ya más.

Quien sepa entender que entienda

lo que digo es pá mascar

despacio y con buena conciencia.

Mi tiempo no dá... pá más


Armak de Odelot


Dicen: 

No será televisada, 

la próxima revolución.

Más como nadie se fía 

de lo que se nos dice hoy en día,

pasamos los días enteros, 

tumbados en el sofá

delante la caja tonta,

 por no perder el momento
del pase de la procesión 
que tós llevamos por dentro